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Bolivia

Bolivia y una mirada comparativa con el “progresismo regional” de Brasil y Venezuela

 

En este tercer artículo referido a las elecciones pretendemos llevar adelante una somera comparación de la situación electoral y post electoral de Bolivia con dos países referentes del “progresismo” latinoamericano como son la Venezuela en crisis de Maduro y el Brasil “emergente”.

Como ya hemos afirmado, a partir de la derrota del MAS en estas elecciones se pudo evidenciar, contradictoriamente la fortaleza relativa del régimen puesto en marcha luego de la aprobación de la nueva Constitución Política, de lo que hoy sería el Estado Plurinacional de Bolivia.

Esta relativa fortaleza que está permitiendo que el alcalde electo de Cochabamba, un renombrado derechista de viejo cuño que participó activamente de la asonada derechista del 11 de enero del 2007, hoy retorne al poder estatal nada menos que con ayuda del mecanismo del voto, contrasta por ejemplo con la tremenda crisis, económica y política que atraviesa Venezuela.

¿Qué es lo que ha producido resultados tan distintos en la evolución de los “progresismos” venezolano y boliviano? Como se recordara, Bolivia, desde la “Guerra del agua” en abril del 2000, inició un ciclo de levantamientos que pasando por la insurrección popular de Octubre del 2003 hasta la caída del gobierno de Carlos Mesa en 2005, demolió lo que se conoció como el régimen de “Democracia Pactada”, es decir acuerdos parlamentarios que garantizaban la gobernabilidad y la estabilidad necesaria para aplicar el conjunto de planes neoliberales durante casi tres décadas.

Con el inicio de la transición que conduciría a Evo Morales al gobierno, se abre una nueva situación caracterizada por lo que se definió como de “régimen partido”, es decir, la virtual división del país entre un occidente con amplia hegemonía del MAS y donde el movimiento de masas depositaba sus expectativas de cambio social y un oriente con hegemonía de las derechas regionales que reclamaban autonomía frente al secante centralismo que caracterizó la vida estatal y política boliviana, en un intento de asegurar posiciones que frenaran a la supuesta “indiada” comunista. En ambos espacios, las corrientes políticas antagónicas contaban con legitimidad y también con legalidad lo que alimentaba los permanentes choques y las tres asonadas derechistas, como fueron los acontecimientos de la Calancha en las puertas de la Asamblea Constituyente en Sucre en 2006, luego la asonada de Cochabamba en enero del 2007 y finalmente la masacre del Porvenir, septiembre de 2008, donde decenas de manifestantes fueron baleados desde un puente con el saldo de 15 campesinos asesinados.

Este chispazo de guerra civil producto de esta masacre, se extendió con la movilización espontanea de trabajadores y campesinos, armados con lo que tuvieran a mano, hacia Santa Cruz con un primer choque en el pueblo de El Pailón y con varias horas de enfrentamientos. Esto obligó al MAS y a la derecha regional, a reescribir los artículos polémicos de la Constitución para evitar un salto en la movilización independiente con consecuencias impredecibles. Finalmente firmaron el acuerdo del 21 de octubre del 2008 que permitió la aprobación de la constitución y el surgimiento de un nuevo régimen de dominio burgués, el llamado “Estado Plurinacional de Bolivia”.

Aunque el MAS de Evo Morales surgió como expresión distorsionada de la movilización popular “desde abajo”, eso lo hacía mucho más vulnerable ante las exigencias de las organizaciones populares, lo que condujo al Estado Mayor de este partido, Evo Morales y García Linera, a un giro a derecha acelerado, a una negociación constitucional, donde las clases dominantes garantizaban sus propiedades, la seguridad jurídica a las empresas y al latifundio. Va a ser la aguda lucha de clases precedente la que empujará a todas las formaciones políticas a firmar los acuerdos de octubre del 2008, y establecer, no sin contradicciones, una especie de “pacto de la Moncloa” a la boliviana, que es lo que hoy se evidencia como una institucionalidad “democrática” cada vez más sólida ya que no depende de la salud del partido de gobierno.

A diferencia de este proceso, tenemos que la Constitución bolivariana de Venezuela, lejos de ser el resultado de un acuerdo con los personeros del viejo régimen de “punto fijo”, como si fue en Bolivia, es el resultado de la decisión bonapartista de Chávez, con respaldo de masas y del ejército. Esta “imposición”, por decirlo de alguna manera, donde las clases dominantes se resisten a ver la administración del poder estatal sin su concurso y sin sus “opiniones”, es lo que ha provocado la persistencia de la lucha política entre dos expresiones políticas y de régimen distintas, incluso con la violencia expresada por la oposición como vimos con las llamadas “guarimbas” durante el 2013.

Por otro lado, el crecimiento económico de Bolivia durante los últimos años, alentado por el boom de precios de materias primas, ha permitido la ampliación de algunos sectores medios que empiezan a ver en el fenómeno de la corrupción, una amenaza a esta bonanza económica. Sin embargo a diferencia de Brasil donde estas nuevas “clases medias” salen a las calles, en Bolivia, este rechazo se expresó en el voto contra los representantes del oficialismo, dándose resultados que contrastan con ese 60% obtenido por Morales en las elecciones del pasado 12 de octubre.

Los diversos representantes del llamado “progresismo” latinoamericano transitan procesos distintos: una Dilma fuertemente cuestionada por resonantes casos de corrupción, un Evo que cuenta con un importante respaldo pero donde existe un fuerte divorcio entre el “jefazo” y el resto del partido, lo que es una debilidad estratégica, y la enorme crisis que atraviesa el gobierno de Maduro. Sin embargo es evidente que el punto en común es que estamos asistiendo al ocaso de estos fenómenos políticos, ocaso que muy probablemente se acelerará al hacerse palpable el efecto de la caída de precios de materias primas y la llegada de la crisis a estas tierras. Queda pues como tarea fundamental, preparar a los sectores avanzados de los trabajadores y el pueblo para las nuevas tareas que la realidad empieza a cocinar en nuestro continente.



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