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La derecha autonomista

 

Este fenómeno es expresión particular en Bolivia de una “nueva derecha” que actúa en varios países sudamericanos (como es en Argentina el bloque agrario). Es el componente más fuerte en el heterogéneo campo conservador y se ha desarrollado ampliamente tras el derrumbe del sistema de partidos del neoliberalismo (MNR, ADN, MIR y otros menores) bajo los golpes de las masas entre 2003 y 2005, lo que produjo una “crisis de representación política burguesa” frente al ascenso del MAS, ante lo que el reagrupamiento neoliberal de PODEMOS y otros menores fueron un paliativo electoral insuficiente.

Las oligarquías burguesas y terratenientes locales de Santa Cruz (el principal y más dinámico polo capitalista), Tarija y otros departamentos pudieron apoyarse en los tradicionales reclamos regionales contra el centralismo del Estado nacional concentrado en La Paz , para atrincherarse en el autonomismo como proyecto político y cobertura ideológica, logrando base social en los sectores medios urbanos, aunque también arrastrando a capas populares de sus respectivos departamentos.

Son articuladores de este proyecto los Comités Cívicos, instituciones que agrupan a las llamadas “fuerzas vivas” locales bajo la hegemonía de las cámaras de empresarios, comerciantes, terratenientes y ganaderos. Por su misma base regional, cada autonomismo refleja intereses propios y no constituye un todo unificado a nivel nacional, aunque coordinan acciones en el CONALDE.

El autonomismo expresa la defensa a rajatabla de los intereses de las élites regionales ligadas a las ramas más dinámicas de la economía exportadora (hidrocarburos, soja, agroindustria, forestales), que se han enriquecido con el acaparamiento de la tierra y la penetración de las transnacionales, así como con el manejo de los recursos prefecturales.

Ahora rechazan con virulencia todo intento de limitar la concentración de la tierra, hacer concesiones a los pueblos indígenas o que el Estado regule los precios de sus productos exportables. También, están en pie de guerra para recuperar una mayor tajada de la renta gasífera captada con impuestos y regalías y que el gobierno trata de centralizar nacionalmente. El discurso regionalista y la defensa de la “democracia” neoliberal, antichavista, anticomunista y racista apela a movilizaciones reaccionarias como los “cabildos” y “paros cívicos” (apoyados en lock-out patronales).

Los Comités Cívicos y las prefecturas locales alimentan a bandas de choque fascistoides que han protagonizado toma de aeropuertos u oficinas nacionales y decenas de ataques contra movilizaciones campesinas y populares, locales del MAS, etc., como la Unión Juvenil Cruceñista, los grupos del Comité Interinstitucional en Sucre, los “Jóvenes por la democracia” en Cochabamba, habiendo bandas similares en Tarija, Beni y Pando. También hay “Comités de defensa de la tierra” armados por los terratenientes en algunas zonas de Santa Cruz y el Chaco tarijeño.

Si bien los reformistas exageran la fuerza actual del fascismo para justificar su búsqueda de acuerdos con la “derecha civilizada”, esos elementos fascistizantes son claro síntoma de la extrema polarización social y política y anticipan embrionariamente los métodos con que la clase dominante actuará si siente que la democracia formal (y la contención masista) ya no le resultan eficaces ante mayores convulsiones económicas, políticas o revolucionarias.



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