A fines de 1969, la huelga general de la COB derrotó el golpe ultrarreaccionario del Gral. Miranda, permitiendo el acceso del Gral. J.J. Tórrez al poder en medio de un auge revolucionario de masas. Los trabajadores tendían instintivamente al poder, mientras que el poder estatal estaba en una profunda crisis y Tórrez maniobraba como podía sobre la ola revolucionaria. Como reflejo de esta situación, el 1º de mayo de 1971 se conformó la Asamblea Popular, sobre la base de las organizaciones sindicales de la COB, sobre todo de los mineros, y con representación de las corrientes que integraban el “comando político de la COB” (en el cual estaban todos los partidos que se reclamaban populares, incluso en un primer momento el MNR que luego fue expulsado). La Asamblea estaba formada por los dirigentes de todos los sindicatos del país y paulatinamente se empezaban a sumar algunas organizaciones campesinas que rompían con el viejo pacto militar-campesino establecido por el dictador Barrientos. La participación de todos los sindicatos en el interior de la Asamblea permitía hablar de la misma como de un congreso de la COB, con la salvedad que se proponía funcionar con un carácter permanente y no circunstancial. Estas características llevaron a Le Monde Diplomatique a hablar del surgimiento del “primer soviet de América Latina”. Es decir, como el equivalente de los Concejos obreros, campesinos y de soldados que llevaron al triunfo de la Revolución Rusa en 1917. Guillermo Lora también lo ha presentado así, como un genuino organismo soviético. Sin embargo, la Asamblea no volvió a reunirse y el golpe banzerista cortó de raíz esta experiencia.
Sin embargo, pese a al diario francés -y a Guillermo Lora, dirigente del POR- este organismo no llegó a ser un “soviet real y viviente”. Para ser tal, su funcionamiento debía ser permanente (tras las primeras sesiones no volvió a reunirse); debía organizarse desde los centros de trabajo, a todo nivel (local, regional, departamental y nacional), cosa que no ocurrió; y basarse en la democracia directa, con elección y revocabilidad de los delegados en asambleas de base, pero los representantes eran los dirigentes nombrados en pasadas elecciones sindicales y que por lo tanto, muchas veces no reflejaban el estado de ánimo real de las grandes masas laboriosas. Tal es el caso de Lechín, que en el congreso minero de 1970 estuvo al borde de dejar el sillón sindical y solo pudo mantenerse ahí por el acuerdo de todos los partidos políticos, incluyendo los delegados del POR -en ese momento Filemón Escobar- como muy bien lo cuenta Lora en su “Contribución a la Historia Política de Bolivia”. Además, su dirección reformista -encabezada por lechín y el PCB- apostó a presionar y sostener a Tórrez, confinado en que éste enfrentaría al inminente golpe o entregaría armas, lo que dejó desarmados política y militarmente a los trabajadores ante la arremetida militar del 21 de agosto.
No obstante sus límites, la Asamblea Popular expresaba un poder dual naciente y pasó a la historia como una de las formas más avanzadas de organización de los trabajadores y el pueblo de Bolivia y quedó en la memoria histórica. Hoy, a tres décadas de esa primer experiencia, en las jornadas de junio se comienza a retomar la búsqueda de formas de poder de las masas, como la discusión en torno a la Asamblea Popular Nacional Originaria, evidenciando el enraizamiento que tuvo esa primer experiencia en las masas laboriosas.
¿Qué enseñanzas dejó la Asamblea Popular?
En momentos revolucionarios como los 70, como Octubre del 2003 o como las jornadas de junio pasado, el movimiento de masas necesita un organismo capaz de centralizar orgánicamente la movilización. Para no quedar reducido a un “acuerdo de dirigentes” este organismo debe dotarse de un carácter y funcionamiento plenamente democrático, y extenderse a todo nivel -local, regional y nacional- a partir de su enraizamiento en los centros de trabajo, lo que además permitirá reflejar el peso de los sectores de la clase obrera más combativos y concentrados y sellar la alianza obrera, campesina, originaria y popular.
El funcionamiento democrático es un mecanismo esencial para combatir y aislar a los vacilantes, a los que desean colaborar con sectores de la burguesía como fue Torres en el 71’ y además permitirá agrupar y llevar rápidamente y sin esperar a las “elecciones sindicales” a los compañeros mas combativos, honestos y decididos que toda lucha seria hace surgir.
La lucha por retomar la experiencia de 1971 -imprescindible, ya que no se puede hacer política sin partir de lo mas avanzado que ha dado la historia del movimiento obrero nacional- estaría coja sino se buscara superar esta experiencia peleando por la revocabilidad y la elección de los delegados en todos los centros de trabajo del país. Quienes renuncian a esta tarea y embellecen a la Asamblea Popular como si ya fuera un órgano de poder maduro, al estilo del POR, quedan a la zaga de los discursos demagógicos de la burocracia sindical. Pero darle la espalda, equivale en la práctica a renunciar a pelear por los consejos obreros y campesinos de la revolución obrera en Bolivia.
Finalmente, no es suficiente una Asamblea Popular de características soviéticas. Hace falta al frente de los órganos de poder (y de los sindicatos y demás organizaciones de masas) una dirección revolucionaria. Es decir, un partido de la clase obrera realmente revolucionario, que combata las ilusiones en supuestos militares patriotas o progresitas, en curas o abogadillos que rápidamente buscan encumbrarse con las luchas de los sectores populares, y que sólo pueden llevar a la derrota, como hicieron Lechín, el PCB y otros nacionalistas y reformistas en 1971.
Por JF