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BOLIVIA

Evo Morales, la burguesía boliviana y la “borrachera” marítima


La demanda boliviana ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) con sede en La Haya, Holanda, exigiendo se obligue al Estado chileno a abrir negociaciones sobre el tema de “Mar con soberanía” para Bolivia, ha levantado polvareda a ambos lados de la cordillera.
 

En Chile como en Bolivia es utilizada para fundamentar políticas de “unidad nacional” en beneficio de la burguesía y los gobiernos, en momentos de crecientes tensiones económicas, sociales y políticas, aprovechando un tema que, particularmente en nuestro país es sensible para amplios sectores populares.

En Bolivia, el planteo es encabezado por el presidente y secundado por los representantes de la vieja derecha neoliberal como Carlos Mesa, ex presidente convertido en representante y embajador itinerante al servicio de la causa marítima, y en la Haya el que encabeza la delegación boliviana es el también ex presidente luego de la caída de Mesa, el abogado Rodríguez Veltzé. La demanda ante la corte internacional estuvo presidida por un amplio consenso entre el presidente Evo Morales y los ex presidentes del llamado ciclo neoliberal y/o del régimen de “democracia pactada”.

Al otro lado de la cordillera, donde mora el hermano pueblo chileno, la burguesía muestra los dientes y expone un patriotismo esquizofrénico contra la eventual disposición del tribunal internacional de declararse competente en la demanda, con el riesgo de recibir un fuerte golpe diplomático en esta histórica cuestión. Las burguesías que durante más de un siglo se subordinaron disciplinadamente ante la voracidad del capital extranjero y los designios del imperialismo norteamericano, entregando los recursos naturales de sus respectivos países, asesinando trabajadores como con el plan Cóndor, persiguiendo a los pueblos indígenas como los Mapuches o los Aymaras, Quechuas y Guaraníes como también los del TIPNIS en Bolivia, y enriqueciéndose a costa del sacrificio y el sufrimiento de los trabajadores y los pueblos, despliegan políticas chauvinistas tratando de presentarse como los guardianes de la patria y de los “sagrados” intereses nacionales. En el caso boliviano fue norma identificar el atraso y la pobreza debido a la cuestión marítima, ocultando el papel del imperialismo y el rol de nuestras clases dominantes.

La política exterior, continuidad de la política interior

La cuestión marítima boliviana volvió a ocupar un espacio destacado de las agendas diplomáticas y de los medios masivos de comunicación luego del levantamiento insurreccional de octubre del 2003. Como se recordará, en aquella oportunidad el anuncio de exportar gas al mercado de EE.UU. por puertos chilenos (gran proyecto de REPSOL y el ex presidente Sánchez de Losada), fue una de las causas de la “Guerra del Gas”, con un saldo de más de 70 muertos y 500 heridos. Este levantamiento insurreccional que provocó la fuga de Gonzalo Sánchez de Losada, terminó de hundir el régimen de democracia pactada y abrió el camino al gobierno a Evo Morales y el MAS, dando lugar a una nueva ingeniería estatal y a un proceso de modernización capitalista alentado por los altos precios de materias primas.

La burguesía chilena apostó a convertirse en un Estado asociado a los grandes intereses imperialistas desde mediados del siglo XIX por su ubicación en la guerra del Chaco o en Malvinas, intentando ganar un lugar en la política internacional como un Estado “serio”, que cumple con sus obligaciones internacionales, como Estado fuerte al servicio de la estabilidad regional, papel que pudo cumplir gracias al aplastamiento de la combativa clase obrera chilena en los ‘70, con más de 10.000 desaparecidos, y a una democracia hija legítima del pinochetismo. En el caso boliviano, la cosa era 180 grados opuesta. Un Estado permanentemente sacudido por intentos de golpe de Estado, la revuelta o la revolución, con gobiernos nunca muy sólidos y que se veían obligados más que a adoptar políticas de Estado, como en Chile, a salvar la coyuntura, determinó que la política boliviana fuera errática y pese a la persistencia del reclamo, éste siempre estuviera guiado no tanto por los “sagrados” intereses nacionales sino por la agitada y cambiante política doméstica.

Sin embargo, el surgimiento de un nuevo régimen político, como es el llamado Estado Plurinacional de Bolivia junto al desarrollo de un proceso sostenido de modernización capitalista, basado esencialmente en los servicios (carreteras, teleféricos, satélites, etc.) han permitido el desarrollo de una comunidad de intereses entre los representantes del modelo neoliberal y el actual populismo que actúa como director de la reconstrucción burguesa nacional. Este cúmulo de elementos es lo que ha facilitado la elaboración y presentación de una consistente ofensiva diplomática al servicio de garantizar aún más, la pasivización del movimiento de masas en momentos en que la bonanza económica empieza a agotarse y que el fantasma de la resistencia obrera y popular del pasado empieza asomar la nariz. En palabras de Evo Morales, quien orgulloso declaraba “Si no hubiera habido estabilidad política, tal vez ninguno se hubiera atrevido también a hacer la demanda” (La Razón, 10/05/2015).

El “abrazo” de Charaña, último intento de acercamiento diplomático
El pasado 8 de mayo la prensa boliviana dio a conocer documentos comprometedores de las negociaciones entre la dictadura banzerista y pinochetista a mediados de los ‘70 donde el gobierno de Pinochet como expresión de la buenas relaciones establecidas entre las dos dictaduras en su combate a la clase obrera y el pueblo, afirmaba estar dispuesto a entregar “mar con soberanía” al Estado Boliviano. Por supuesto, la oferta no era gratuita, y perseguía intereses propios. Uno de los motores del ofrecimiento pinochetista era el interés por separar a la dictadura de Banzer, del bloque que formaban el régimen peruano y la dictadura genocida argentina, en el marco de la disputa por las islas del Canal de Beagle que amenazaba transformarse en una guerra.

En aquella oportunidad, se produjo el encuentro de los dos dictadores en la localidad de Charaña, en la frontera a los pies del Sajama, como parte del intento de reestablecer las relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Hoy pocos se refieren a este acontecimiento “incómodo” para la burguesía chilena que ve como su feroz patriotismo no resiste el archivo de uno de sus mejores representantes, y del lado boliviano, dificulta la labor de Morales de presentar la actual ofensiva diplomática como si se tratara del único intento de resolver la cuestión marítima, argumento funcional a recrear ilusiones en amplios sectores populares y parte de la campaña que le permitiría, de salir todo bien, evaluar las vías para perpetuarse en la dirección del Estado. Como es conocido este intento de acercamiento rápidamente se frustró al iniciarse las movilizaciones que llevarían a la caída de la dictadura banzerista a fines del ‘77.

¿Qué se puede esperar de la Corte?

En realidad, Evo Morales, que alguna vez habló de “democracia de los pueblos” ha optado por el programa y los métodos de la vieja diplomacia nacionalista y liberal, como muestra su “frente único” con Mesa y Rodríguez Veltzé. No debe olvidarse que la corte de La Haya, institución creada en el marco de la ONU, es un instrumento de resolución de diferendos entre Estados controlado por el imperialismo y que está al servicio del mantenimiento del statu quo global. Evo Morales llama a confiar en esta institución y sus jueces, como si fuera una instancia guiada por el interés de los pueblos, y no los de la dominación global.

Aun cuando la Corte se declarara competente, el trámite de la demanda llevaría muy posiblemente años y se limita a que, en nombre de “promesas” y “expectativas” que generarían un derecho, se obligue a Chile a abrir negociaciones para un acceso soberano al mar. Si se recuerda que los diversos tratados firmados entre Chile y Bolivia y Perú hacen de “cerrojo” para cualquier cesión de territorio, y que Bolivia no cuestiona el Tratado de 1904, es evidente que hay muy pocas posibilidades de que la estrategia de Evo produzca algún fruto.

No se debe ceder a la demagogia “marítima” de Evo y la burguesía nacional

La demanda boliviana, es una demanda profundamente sentida por los trabajadores y el pueblo, a quienes desde muy temprana edad la burguesía educa en la cuestión marítima, y por lo tanto es un tema sensible y delicado ante los ojos de millones. Los mismos que entregaron la plata, el estaño, el petróleo a las transnacionales, se han preocupado por cultivar este espíritu, construido a lo largo de más de un siglo de hostilidad estatal. Es que las diversas burguesías, tanto la chilena, la peruana y la boliviana, han sacado ventaja dividiendo a los trabajadores de los tres países y han usado los problemas limítrofes como un gran argumento para alentar políticas de unidad nacional que subordinan los intereses de las clases trabajadoras a los designios de las clases dominantes. Por tal motivo los trabajadores conscientes en Chile deben enfrentar los discursos chauvinistas de su propia burguesía y los trabajadores bolivianos no deben dejarse arrastrar ante esta nueva “borrachera marítima” que la burguesía pretende recrear en momentos en que la caída de precios de petróleo, minerales y productos agroindustriales amenaza potenciar el descontento obrero y popular.

El gobierno de Evo Morales se prepara para enfrentar a los trabajadores cuando empiece este proceso de defensa del salario y de las fuentes de empleo, y por tal razón el pasado 1 de mayo aprobó el decreto que lo faculta a aprobar o rechazar la existencia de sindicatos, en una clara decisión de limitar la independencia de los trabajadores con respecto al Estado y los patrones mientras se amplifican los discursos y las apelaciones a la unidad nacional por la causa marítima, la que además, -ya se especula en la prensa y medios masistas- justificaría habilitar una nueva reelección presidencial en 2019.

Sólo los trabajadores, los indígenas y los pobres del Perú, de Chile y de Bolivia unidos en un espíritu de intransigencia radical contra las burguesías respectivas y el imperialismo, pueden abrir el camino a una genuina solución del problema marítimo boliviano forjando la necesaria unidad económica y política de nuestros países, conquistando la liberación frente al imperialismo. En ese marco no sólo se podrían coordinar el desarrollo económico para la satisfacción de las necesidades populares, sino el disfrutar en común del mar y sus recursos.

Frente al divisionismo de las clases dominantes, ya en los años 20, se lanzó una consigna que apuntaba en esta dirección; una confederación de Repúblicas Obreras del Pacífico. Hoy más que nunca la unidad de los trabajadores, campesinos e indígenas de Bolivia, Chile y Perú sería un poderoso motor para la lucha revolucionaria por la Federación de Repúblicas Socialistas de Latinoamérica.



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