“La Razón populista”
Laclau intenta rescatar el carácter impreciso y ambiguo de las formaciones políticas populistas repensándolas como el modo de construcción de lo social y lo político apoyándose para esto en un enfoque de carácter discursivo buscando dotarlas de coherencia interna. En este enfoque tres categorías serán fundamentales: el discurso, entendido no solo como la palabra sino como relaciones entre las cosas (por ejemplo, uno solo puede comprender lo que significa “padre” si comprende lo que significa “madre e hijo”) los significantes vacíos y hegemonía y finalmente la retórica. Laclau parte de la necesaria exclusión de sectores de la población que provoca el sistema capitalista “globalizado” lo que genera el surgimiento de diversas demandas democráticas cada una de las cuales contiene por un lado la particularidad que le es propia (por Ej. el reclamo de alcantarillado) pero también una totalidad que está dada por su antagonismo con el sistema institucional que la ha excluido (por ej. Un régimen represivo). La existencia de una pluralidad de demandas democráticas insatisfechas, permite que empiece a desarrollarse una cadena equivalencial entre las mismas, dada por su oposición al régimen que las ha excluido, hasta que una de estas demandas por el juego del discurso y de la retórica en medio de una lucha por la hegemonía puede convertirse en un significante vacío, es decir, que puede abarcar al conjunto de demandas democráticas insatisfechas construyendo de esta manera una totalidad (fallida, ya que debe ser lo suficientemente ambigua para que las diversas particularidades puedan identificarse con el), es decir un pueblo.
Como ejemplo de esto Laclau nos remite al caso del caudillo populista argentino Perón, en el exilio entre 1955 y 1973, que enviaba instrucciones verdaderamente contradictorias para satisfacer tanto a los grupos de la derecha peronista como a los grupos armados de izquierda, manteniendo de esta forma la unidad del movimiento. Según Laclau, Perón se había convertido en un “significante vacío” que al desaparecer (falleció en 1974) dispararía el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda peronista... interpretación en la que, entre otras, desparece el propio rol de Perón como dirigente de un movimiento nacionalista burgués que desde su último gobierno intenta aplastar el ascenso obrero y deja correr a las bandas fascistas de su Ministro López Rega.
En palabras del autor “las peticiones se van convirtiendo en reclamos. A una demanda que satisfecha o no permanece aislada la denominaremos demanda democrática. A la pluralidad de demandas que, a través de su articulación equivalencial constituyen una subjetividad social más amplia las denominaremos demandas populares: comienzan así, en un nivel muy incipiente, a constituir al “pueblo” como actor histórico potencial. Aquí tenemos en estado embrionario una configuración populista”. Es necesario aclarar que Laclau no entiende al populismo como un tipo de movimiento con una base social determinada o alguna orientación ideológica, sino más bien como una lógica política, entendida esta “como un sistema de reglas que trazan un horizonte dentro del cual algunos objetos son representables y otros están excluidos”.
Para esta construcción subjetiva, basada en el discurso, de las identidades sociales, Laclau ve necesario combatir al marxismo y su “esencialismo clasista”, liquidando de esta manera la posibilidad de comprender la realidad y de transformarla.
El combate al marxismo y los “vacíos” de la teoría de Laclau
El proceso de construcción de las identidades populares establecidas por el conferencista, con el retorno del “pueblo” como categoría política “ayuda a presentar otras categorías -como ser la de clase- por lo que son formas contingentes de articular las demandas y no un núcleo primordial a partir del cual podría explicarse la naturaleza de las demandas mismas”. A lo largo de su trabajo necesitará vulgarizar el marxismo reduciendo los conceptos de “lucha de clases”, “determinación de la economía en ultima instancia” o “centralidad de la clase trabajadora”, y calificando al mismo como “pusilanimidad” para llamar a superar la ecléctica combinación de lógicas políticas y descripción sociológica yendo mas allá del concepto de “lucha de clases”.
Sin embargo, pese a la complicada retórica de Laclau, su construcción hace inviable la comprensión de la realidad. La teoría presentada, al negarse a observar los antagónicos intereses de grupos humanos ya constituidos, (para el autor, la autonomía de las demandas, su articulación y las identidades que producen son las que permiten la existencia de los grupos) es incapaz de explicar el por qué de la disolución de los diversos fenómenos populistas y los diversos momentos de crisis por los que atraviesan.
Bolivia, país que viene atravesando un proceso de profunda crisis orgánica, con procesos de “formación populista” en dos campos enfrentados es un terreno para poner a prueba sus teorías.
Así por un lado tenemos una construcción del “Pueblo” a través de Evo Morales y el MAS con su “revolución democrática y cultural” (un significante vacío en el pleno sentido de la expresión) y por otro, según su teoría, el fenómeno “autonomista” -otro “significante vacío”. El proceso que se viene desarrollando en la “media luna”, donde diversas demandas empiezan a articularse tras la consigna de Autonomía con diversos significados dependiendo de la región y de los actores en cuestión, cumple todos los requisitos exigidos por Laclau, incluso elementos de clientelismo y la apelación a los de abajo, como en el ejemplo que nos brinda de Adhemar Barrios: “un político corrupto del sur de Brasil cuyas campañas en la década de 1950 tenían como lema “Rouba mas faz” (...) El clientelismo (...) no es necesariamente populista, puede adoptar formas puramente institucionales, pero es suficiente que este construido como un llamado publico “a los de abajo” fuera de los canales políticos normales, para que adquiera una connotación populista”.
En este caso ¿qué trinchera debería ocuparse entre estos dos campos de construcción popular? ¿Por qué la “construcción popular” en ambos campos debería ser antagónica al capitalismo globalizado? Imposible saberlo.
A estas alturas estamos ante un verdadero atolladero no solo teórico sino práctico. Para Laclau, la construcción del pueblo, mas allá de la ideología o intereses, expresa un progresivo rol frente al capitalismo globalizado y es la forma de construcción de una “democracia radical”. Pero los límites de ésta, que sería el único horizonte histórico posible al decretar que no es posible pensar en el socialismo como emancipación de la humanidad, son en realidad los límites posibles dentro de la democracia burguesa.
Conclusiones prácticas reformistas
Esta conclusión se desprende con más claridad en una entrevista de La Razón (31 de marzo).
Según Laclau: en cualquiera de los procesos populistas -Venezuela, Argentina, Lula en un momento, Bolivia- “la idea es combinar los momentos institucionalistas y populistas” (...) “una sociedad donde sólo hay institucionalismo es una sociedad muerta, al igual que tampoco funciona una sociedad donde domina el discurso populista de ruptura”. Por tanto, se impone siempre un compromiso entre institucionalización estatal y populismo (demandas de reforma) lo que en el caso boliviano significa una política de pactos y compromisos entre las distintas fuerzas: “A algún tipo de acuerdo tendrán que llegar las partes”, dice refiriéndose a la confrontación entre el MAS y Oriente, y sosteniendo de esta manera el “discurso” pactista y conciliador del MAS.
Desde el punto de vista teórico, el posmarxismo de Laclau no permite orientarse frente a la compleja evolución política nacional, y en realidad condena a una pasiva resignación frente a los acontecimientos. Bajo una “moderna” elaboración discursiva (en realidad antimarxista), retornamos a la vieja práctica de obtener algunas reformas -“satisfacción de demandas” las llama- negando la posibilidad de una genuina transformación revolucionaria de las relaciones económicas y sociales. Desde el punto de vista de sus consecuencias políticas, termina como abogado de reformas de tipo socialdemócrata en los países centrales y de un populismo “democrático”, como el MAS, en los países semicoloniales.
Una vez más, frente al escepticismo y resignación de las teorías postmarxistas como las que ofrece Laclau, solo el marxismo ha sido capaz de integrar estas dos dimensiones, comprender el origen y la dinámica de los diversos antagonismos sociales y lo que es mas importante convertirse en una guía para la acción y la transformación de la realidad.
Por Javo Ferreira