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Capitulo IV

POR UNA LIGA OBRERA REVOLUCIONARIA POR LA CUARTA INTERNACIONAL (LOR-CI)

 

La actualidad del leninismo-trotskismo

En la década de los ‘80 la ofensiva capitalista conocida con el nombre de “reaganismo-thatcherismo” u “ofensiva neoliberal” se vio acompañada con un creciente giro a la derecha de las organizaciones del movimiento obrero. El abrazo abierto de la burocracia stalinista gobernante en la Unión Soviética y Europa del Este a la restauración capitalista fue la respuesta dada por ésta a los levantamientos que las masas realizaron entre 1989 y 1991 contra los planes fondomonetaristas que estos burócratas estaban aplicando, movilizaciones que terminaron con los regímenes de partido único e hirieron de muerte al aparato stalinista mundial pero que lograron ser contenidas y desviadas por las direcciones burguesas y pro-burguesas, abortando el proceso de revolución política en esos países. El reciclamiento de los partidos stalinistas en socialdemócratas en “occidente” y la transformación en agentes directos de la restauración capitalista en “oriente” fue un paso más dado en la complicidad de las direcciones oficiales del movimiento obrero con la ofensiva capitalista contra las conquistas del movimiento obrero.
Los reformistas de todo pelaje, una vez más, mostraron su completa bancarrota a la hora de resistir los “planes neoliberales”. Traicionada por las direcciones en las que había depositado su confianza durante décadas, abortado el proceso de revolución política en la ex URSS y el este europeo, la clase obrera vio impotente la crisis de sus organizaciones tradicionales dominadas por los reformistas. Muchos se apresuraron a presentar esta situación como si fuese la crisis del proletariado mismo, llegando los más delirantes a proclamar su “desaparición” aún como clase “en sí” [1].

Sin embargo, el discurso triunfalista que la burguesía mundial desenvolvió a comienzos y mediados de la década de los ‘90 ha sido sepultado por el desarrollo de la crisis económica más importante desde la posguerra y por el aumento de las tensiones políticas entre las clases y entre los estados. La guerra de los Balcanes fue una expresión concentrada de estas tensiones [2].

Una nueva subjetividad del proletariado se está moldeando en las duras condiciones del combate actual, en medio de la crisis económica mundial más grave de la posguerra; de la agudización de la competencia interimperialista y de las tensiones entre los estados; de guerras contrarrevolucionarias como en los Balcanes; de levantamientos contra los regímenes explotadores como en Indonesia; en medio del aumento de la resistencia a los planes del FMI y los gobiernos cipayos, como vemos en nuestro continente. Aunque los choques directos entre la revolución y la contrarrevolución no son todavía los que dominan la política mundial, en estos eventos que señalamos se expresan concentradamente las tendencias más profundas, aquellas que marcarán el comienzo del nuevo siglo. Son estas las condiciones que podrán permitir la emergencia de una nueva subjetividad (es decir, de nuevas instituciones, métodos de organización, ideas, etc.), que tienda hacia la independencia de clase en el proletariado mundial y, como su expresión más acabada, el surgimiento de una dirección revolucionaria de la clase obrera. Pero esto no será un fenómeno directo ni mecánico. En los últimos años, luego del desmoronamiento del aparato stalinista mundial, nuevas mediaciones reformistas, cierto que más débiles que las que reinaron en Yalta, se han desarrollado y otras viejas se han reciclado, buscando contener la acción de la clase obrera y las masas explotadas. Ya la clase obrera europea, que con su voto puso en el gobierno a los partidos socialdemócratas -o coaliciones encabezadas por ellos- en 13 de los 15 países de la Unión Europea está viendo gobernar a estos partidos continuando la misma política antiobrera de sus antecesores de la derecha. Estos mismos gobiernos fueron los que acompañaron a Clinton en su cruzada asesina en los Balcanes. A su izquierda, los neo-stalinistas de Refundación Comunista en Italia, el PDS alemán, Izquierda Unida en España, no van más allá de proponer meras reformas y son sostén por izquierda de los gobiernos de la “tercera vía”, buscando evitar que todo atisbo de radicalización obrera se dirija hacia posiciones revolucionarias.

En nuestro continente, los partidos burgueses de la autodenominada “centroizquierda” (expresión en cierto modo en la región de la “tercera vía”) son todos defensores disciplinados de los mandatos del FMI y los monopolios. Cárdenas en México está discutiendo una alianza electoral nacional con la derecha tradicional del PAN; Lula y el PT se unieron en un frente común junto con Brizola; el Frepaso en Argentina integra junto a la UCR la proimperialista y antiobrera Alianza; el MIR, en nuestro país, gobierna incluso junto a la ADN. Por su parte, Chávez en Venezuela, con gran apoyo popular, ha mostrado la vuelta al ruedo del populismo, con una política que combina la demagogia con el fortalecimiento del pilar del estado burgués, el ejército, sin realizar medidas ni aún de limitado antimperialismo.

Los movimientos con base campesina que se han fortalecido o surgido en la última década han actuado a remolque de estas direcciones. El zapatismo mexicano, el MST brasileño, o en Ecuador el papel de Pachakutic sosteniendo actualmente al gobierno de Mahuad, la ASP y el IPSP en nuestro país: todos ellos llevan a los movimientos campesinos que encabezan detrás de la ilusión que sus demandas se obtendrán con algunas reformas al régimen burgués, poniendo las medidas de acción directa que en ocasiones impulsan al servicio de esta estrategia reformista. No es esencialmente distinto en el caso de las FARC, encaminadas en un “diálogo de paz” dentro de la misma estrategia de integración a los regímenes burgueses que siguieron las guerrillas salvadoreñas y guatemaltecas.

Es en esta sintonía que en nuestro país, apoyándose en la derrota sufrida por la clase obrera en 1985, principalmente de lo que fue su vector político y organizativo -el proletariado minero-, se desarrollaron toda una serie de ideologías y movimientos entre “neo-socialdemócratas” y “neo-populistas” que negaron la centralidad del proletariado como sujeto revolucionario, posiciones que se vieron potenciadas por el eco de la propaganda imperialista que presentó la caída del stalinismo como la “derrota definitiva del proletariado y del marxismo”. Los movimientos de base campesina como el IPSP de Evo Morales o la ASP, con buenas relaciones con la socialdemocracia, en gran parte a través de la acción de las ONG’s [3] son los casos más importantes. Otra variante de estas posiciones son las posturas defendidas por García Linera (Qananchiri). Haciendo gala de un alto grado de eclecticismo, este autor ofrece una peculiar combinación de las tradicionales posiciones indigenistas con las elaboraciones del teórico del autonomismo italiano Toni Negri, el sociólogo francés Pierre Bourdieu o la burguesa “escuela de la regulación” de Coriat, Boyer, Aglietta y Lipietz. Lo que tienen en común los distintos ingredientes de esta ensalada teórica y política, es su oposición al leninismo y a la lucha por la dictadura del proletariado. En el autor en cuestión su diagnóstico de la crisis de la estrategia sindicalista y reformista de la COB termina en una completa absolución de toda responsabilidad a las burocracias dirigentes reformistas, planteando que la imposibilidad de haber superado la dominación burguesa en las grandes gestas protagonizadas por la clase obrera entre 1952 y 1985 estaba inscripta “en las características materiales del trabajo y las representaciones simbólicas obreras forjadas desde los años 30, un punto de partida explicativo más consistente que la del simple idealismo político que explica los sucesos prácticos simplemente por las ideas, y peor aún, por aquellas públicamente manifestadas”. ¡Cómo si las burocracias y los partidos reformistas fueran sólo “ideas” y no “fuerzas materiales” mediante las cuáles la burguesía logró impedir que la insurgencia obrera derroque su poder! Pero no se trata de una discusión sobre el pasado sino de la matriz “teórica” desde la cuál justificar la adaptación a las direcciones reformistas actuales. Los obreros y estudiantes que buscan un camino de lucha contra este régimen degradante no encontrarán nada útil detrás de este reciclamiento de viejas estrategias reformistas.

Por nuestra parte, tenemos una confianza profunda en que nuestra clase obrera, como la clase obrera mundial toda, en medio de las enormes dificultades que presentan las nuevas y actuales circunstancias, consiguiendo nuevas conquistas pero también aprendiendo de las inevitables nuevas derrotas, retomará sus mejores tradiciones revolucionarias y creará otras nuevas. Las bases objetivas de esta afirmación no sólo existen sino que se han multiplicado. El imperialismo sólo promete a la humanidad nuevas décadas de agonía. Los monopolios imperialistas han reforzado su dominación sobre nuestro país y Latinoamérica toda. La degradación de sus condiciones de trabajo y existencia que sufren la clase obrera boliviana y el campesinado pobre es paralela a la que padece el conjunto de los trabajadores y las masas campesinas en el mundo. En medio siglo las burguesías de nuestro continente y de todas las semicolonias han mostrado con creces que, como decía Trotsky, son una clase profundamente “antinacional”. Los “nacionalistas” de ayer hace rato que se presentan como los personeros directos del gran capital imperialista. Como parte del proletariado nivel mundial, la clase obrera latinoamericana es la única fuerza social con la posibilidad de transformar esta situación acaudillando al conjunto de las masas oprimidas del continente.

Para derrotar a las direcciones encargadas de evitar que las acciones de la clase obrera y las masas oprimidas se dirijan hacia el derrocamiento del estado burgués; para que los jalones revolucionarios conquistados por las acciones de los trabajadores no sean sólo episodios y permitan llegar al triunfo, una dirección revolucionaria, un verdadero Estado Mayor del proletariado es una necesidad insustituible. Quienes reniegan de ella en nombre del supuesto desarrollo espontáneo de la “autonomía de los explotados” conspiran tanto contra la posibilidad de emancipación de los trabajadores como los fetichizadores de los sindicatos que se subordinan siempre a las burocracias dominantes. Como se ha comprobado trágicamente a lo largo de todo el siglo, para triunfar y terminar con la explotación capitalista, no basta con la lucha, con el sacrificio, con la combatividad, con la puesta en pie de organismos de lucha. ¡Y vaya si lo hemos comprobado en nuestro país, donde los trabajadores llegamos incluso a organizar las milicias obreras y a sostener un avanzado programa de poder como las Tesis de Pulacayo! Para que los reformistas no lleven las acciones proletarias a la derrota es necesario dotar a la clase obrera de una clara estrategia revolucionaria que plantee el desarrollo de la autoorganización obrera y permita la conquista del gobierno obrero y campesino (dictadura del proletariado) como parte de la lucha por la revolución socialista internacional. Esta estrategia es la que, sobre la base del triunfo de la Revolución Rusa de Octubre de 1917, señaló la Tercera Internacional de Lenín y Trotsky antes de ser copada por el stalinismo, luego continuada por la Cuarta Internacional. Esta estrategia es la que hoy se hace más urgente que nunca levantar y actualizar.

En la lucha que tenemos planteada no nos enfrentamos solamente a los reformistas. La gran mayoría de las corrientes que hablan internacionalmente en nombre del trotskismo, son en realidad corrientes centristas. De las que hasta en las palabras cada vez se distinguen menos del reformismo, como las organizaciones pertenecientes al Secretariado Unificado (SU) con la LCR francesa a la cabeza, hasta las que mantienen la liturgia “trotskista” para encubrir una práctica completamente oportunista, como es el caso de las dos principales fracciones surgidas de la división del morenismo, la LIT y la UIT. En nuestro país, es el caso del POR y otros grupos menores (MST, OT, POB) [4]. Nuestra lucha por la reconstrucción de la IV Internacional hoy pasa por, enfrentando a reformistas y centristas, actualizar el programa y la estrategia trotskista a través de las lecciones extraídas de los principales acontecimientos de la lucha de clases en los últimos años. Sobre estas lecciones es que buscamos establecer comités de enlace con los grupos y compañeros que coincidan con ellas. Es en la aplicación de este método a la lucha de clases de nuestro país, buscando superar críticamente la estrategia del lorismo y demás corrientes que han hablado en Bolivia en nombre del trotskismo, a la vez que enfrentando a las “nuevas” variantes reformistas, que está planteado realizado este trabajo.

El tipo de organización que queremos construir

La pelea por los ejes programáticos que hemos desarrollado en este documento nos plantea la necesidad de la construcción de una organización trotskista revolucionaria en nuestro país que, desde una ubicación cuartainternacionalista consecuente, pueda forjar los cuadros capaces de confluir con los mejores elementos que desprendan de las futuras luchas obreras.

El partido bolchevique de Lenin y Trotsky pudo llevar adelante un sano régimen interno de su organización, producto de que el carácter proletario de esta se garantizaba, en primer lugar, mediante una política de independencia de clases e internacionalismo proletario. El lorismo, por el contrario, se caracterizó a lo largo de su historia por los desesperados intentos de combinar eclécticamente dos estrategias y por lo tanto dos programas irreconciliables, como son el de la revolución permanente y la conciliación de clases. En el plano del régimen partidario, la emergencia en el seno del POR de mecanismos ultraburocráticos (sanciones administrativas como vía de saldar diferencias políticas, expulsiones, calumnias sobre los disidentes, ultimátums al partido, etc.) y caudillescos son expresión de las tensiones que genera esta contradicción, típica de toda corriente centrista. El centralismo democrático leninista cede paso al centralismo burocrático de tipo bujarinista-stalinista, como lo hemos presenciado en el POR a lo largo de años. Más aún, incluso se termina convirtiendo a la organización que se pretende revolucionaria en un mero instrumento para poder “controlar” burócratas en las situaciones de ascenso obrero [5]. La ilusión que se desarrolla en las organizaciones centristas de que se puede ganar elementos provenientes de la burocracia sindical por mera acción pedagógica o de propaganda revolucionaria sobre los mismos, es consecuencia de la política de presión sobre estas direcciones, que lleva a la degradación de la organización revolucionaria como instrumento independiente de la clase obrera. Repitiendo este esquema distintas organizaciones del centrismo “trotskista” han intentado pegar “grandes saltos” en su construcción de esta manera, convirtiendo la organización en la plataforma política y en la base de maniobras y combinaciones de estos elementos [6]. Sin embargo, esto no debe entenderse como una actitud pasiva frente a eventuales elementos dirigentes que giraran a izquierda; pero su incorporación o no al seno de la organización revolucionaria debe ser medido no por su adhesión formal a un programa, sino por su actitud cotidiana en el seno de la lucha de clases y si los puestos dirigentes que ostentan están al servicio del combate por una estrategia sovietista y de lucha contra las direcciones reformistas, stalinistas y populistas de distinto cuño.

En momentos como los actuales donde la verborrea triunfalista imperialista sobre la muerte del marxismo ha provocado no pocas deserciones y mucha confusión en las filas de los que se ubicaban como parte de la intelectualidad marxista (y que terminaron por reducir a ésta a un mero papel académico en el mejor de los casos); o, en lo que se refiere a las corrientes del centrismo “trotskista”, como consecuencia de una estrategia de carácter sindicalista y orientada a la presión sobre las direcciones del movimiento de masas, la teoría marxista queda reducida a “consignas” (mientras su método no sólo que es abandonado al ser disfuncional a la estrategia de presión, sino completamente antagónico a este tipo de organización); la selección revolucionaria de los mejores elementos de la clase obrera cede paso a la selección “de los más obedientes” repetidores.

Para nosotros, que intentamos retomar el legado del marxismo revolucionario, un sano régimen interno está indisolublemente ligado a la teoría, programa y política que sostenga la organización, y que por lo tanto deberá huir como de la peste de cualquier intento de construcción de características abstencionistas de la lucha de clases y que, bajo una fraseología pseudo revolucionaria, permitan evitar el combate contra las direcciones traidoras del movimiento de masas. Queremos poner en pie una nueva organización que lleve adelante este combate y no sea presa fácil de los nuevos fenómenos reformistas que tienden emerger. Para ello, a la vez que intervenir en la lucha de clases viva, deberá rescatar la teoría y ciencia marxista como una guía para la acción, como parte fundamental de la acción del necesario primer estadio de grupo inicial y de propaganda por el que debemos pasar, combatiendo en este terreno al conjunto de las organizaciones que se reclaman marxistas, y en especial al centrismo, ya que como diría Trotsky: “En el dominio de la teoría, el centrismo es impreciso y ecléctico; se sustrae, en lo posible, a las obligaciones teóricas y se inclina a dar preferencia (en palabras) a la “práctica revolucionaria” sobre la teoría, sin comprender que sólo la teoría marxista es capaz de dar a la práctica una dirección revolucionaria” [7]

[1Ver Estrategia Internacional Nº 11-12.

[2Ver artículo en Estrategia Internacional Nº 13.

[3A la política de esas direcciones han cedido a su vez corrientes que se reivindican del trotskismo, como el MST en nuestro país que en vez de llamar a poner en pie un partido revolucionario de clase obrera sostiene que hay que construir el... IPSP.

[4En el último período hemos visto por parte de las distintas tendencias que se reivindican internacionalmente del trotskismo distintas vías de sustitución del programa trotskista por otras de tipo oportunista o abiertamente reformista. Los llamados "lambertistas" se han disuelto junto a burócratas sindicales de distintos países en una "Asociación Internacional de Trabajadores" estilo I Internacional; el SU postula que hay que construir partidos "sin delimitación estratégica entre reformistas y revolucionarios"; los morenistas de la UIT o los de la LIT, proponen la formación de "Partidos de Trabajadores" como panacea universal, algo similar a lo que plantean el PO argentino y sus aliados internacionales.

[5Es quijotesco observar como Lora da cuenta de la utilización en 1946 de esta lógica de relación con los dirigentes sindicales burocráticos que en los momentos de ascenso posan de combativos, como era el caso de Lechín: "El ’militante’ clandestino Lechín recibía las instrucciones de la dirección y todo concluía ahí, no tenía la posibilidad de asimilar la política porista porque no discutía en una célula su contenido. Era una especie de instrumento mecánico, lo que contribuyó, entre otros factores, a que finalmente se perdiese para la revolución. No se podía hacer más porque para esto le faltaba al líder minero la necesaria decisión. Lechín y Escóbar atravesaban una situación de semiclandestinidad y por eso y porque el dirigente del POR deseaba vigilar de cerca los movimientos del primero, fue a ocupar la misma habitación que tenía aquel." (Contribución a la Historia Política de Bolivia, t.II).

[6El mas reciente ej. de esto lo podemos encontrar en los desesperados intentos de la OT-POR de ganar por propaganda nada menos que a Huracán Ramírez.

[7León Trotsky, "El centrismo y la IV Internacional", Escritos.



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