Por Pablo Oprinari
Una vez más, fue el Estado
Si algo distinguió a las movilizaciones que desde hace un año recorren México, fue la sentida consigna, coreada por millones, de que Fue el Estado. Con sano instinto, jóvenes y trabajadores señalaron inequívocamente a las instituciones de esta democracia asesina, y al PRI, al PAN y al PRD.
Lejos está la realidad de haber cambiado. El ominoso panorama que golpea mediante la militarización y el avasallamiento de las libertades más elementales, continúa presente.
El macabro hallazgo de 31,000 restos óseos en Nuevo León, volvió dolorosamente actual que México se caracteriza por la desaparición forzada, la masacre y el genocidio -juvenicidio, feminicidio...- como mecanismos de amedrentamiento social y político.
Los sucesos de Tlatlaya, Ostula y tantos otras comunidades nos dicen que siguen vigentes los métodos de la guerra sucia que el estado inició en los ’60 y ’70, y que cobraron nuevos bríos en las ultimas tres décadas.
El asesinato y feminicidio de la Colonia Narvarte se suman a la larga lista de agravios y enseñan que, en la que el PRD llamó la “ciudad de la esperanza”, los periodistas y activistas sociales no están a salvo de la violencia del Estado.
Como sabemos, aquí no se acaba. Los presos políticos pueblan las cárceles. La valiente Nestora Salgado sigue presa, acusada de más de 50 secuestros, a pesar del clamor creciente por su liberación. Gustavo Labastida, dirigente del sindicato de Sandak está preso con una fianza de 43 millones de pesos, en un verdadero castigo contra los trabajadores que desde el 2010 están en lucha. Como suele suceder en México bajo esta democracia asesina y represora, los presos políticos obreros y populares son tratados por el Estado peor de lo que éste trata a los grandes narcotraficantes.
Pero la violencia del Estado no sólo deja dolor. Sino que aumenta el descontento y la desconfianza popular. Como se vio en las elecciones con el hundimiento del PRD y la baja en votos del PAN y el partido de gobierno. Esto ha tocado también al gobierno de Peña Nieto, que inició la segunda mitad de su mandato con los niveles más bajos de aprobación por parte de un presidente en los últimos 20 años. No es un dato menor. Faltan 3 años y más reformas al servicio de las transnacionales y EE.UU. que deberán imponer. El fantasma de las movilizaciones que cimbraron México se vislumbra; el gobierno sabe que las mismas podrían volver. Y no puede descartarse que expresen una fuerza social aún mayor a las anteriores.
Por una nueva y gran lucha contra el gobierno
Y eso nos lleva a considerar qué fue lo que faltó. ¿Faltó descontento; faltó decisión en los que se movilizaron? No. La persistente movilización mostró eso y más. Cada Jornada de Acción Global parecía indicar que el movimiento no tenía fin.
Si faltó mayor fuerza social, es porque los grandes sindicatos y el movimiento obrero organizado no fueron el actor central, junto a los padres de familia y las organizaciones que se movilizaron.
La participación de los trabajadores descansó fundamentalmente en el magisterio. Aunque el descontento en sus bases obligó a dirigentes como Francisco Hernández Juárez a convocar al paro del 20/11 en telefonistas, esto no fue suficiente. Si bien miles de trabajadores participaron a titulo individual y junto a sus familias, faltó la fuerza social organizada capaz de paralizar el país.
Si esto hubiera estado, la perspectiva de Fuera Peña hubiera estado más cerca. Sin eso, la caída del gobierno no podía, lamentablemente, ser más que una expresión de deseos.
En esto le cabe responsabilidad indudable a las direcciones sindicales, en particular a las que se reclaman opositoras -porque de las “oficialistas” solo se puede esperar que sean cómplices abiertas de Peña Nieto-. Las mismas evitaron convocar a un plan de lucha que terminase en una gran Huelga General Política. La actitud de la dirigencia de la Unión Nacional de Trabajadores, por ejemplo, se pareció más bien a la de quienes esperaban que la tempestad amainase.
Hoy la realidad es otra. Después de Ayotzinapa vimos nuevas movilizaciones. El magisterio contra la evaluación docente y la reforma educativa. Los normalistas, futuros maestros, también continuaron en pie de lucha. En el sector salud, un proceso de organización y lucha inauguró el 2015, y en el ultimo mes volvió a las calles. En sindicatos poderosos -pero maniatados por su burocracia sindical- como el de los telefonistas, algo parecía estar agitándose.
Junto a ello, surgieron luchas muy duras, defensivas, que en muchos casos terminan en duros golpes, pero en las cuales emergen sectores de trabajadores que se mantienen en pie. Y otras que vienen de hace tiempo, continúan en la escena política. Allí están las huelgas en Ciudad Juárez (Eaton y FoxConn), la heroica lucha de las y los trabajadores de Sandak en Tlaxcala, así como la lucha de los trabajadores de Honda en El Salto Jalisco y de Caja de Ahorro de los Telefonistas por el reconocimiento de su sindicato democrático. Muchos de estos nuevos ejemplos son en el proletariado industrial, donde reinan los charros de la CTM y los sindicatos “blancos”.
La lucha contra el gobierno y el régimen es una tarea a plantearse este 26 de septiembre, que unifique a trabajadores, jóvenes y sectores populares.
Retomar el camino de la movilización es fundamental. Y que la clase trabajadora se haga parte de la lucha. Hay que imponérselo a las direcciones sindicales y bregar para que quienes no tienen siquiera derecho a la organización sindical, se sumen a la movilización.
Impulsar una gran lucha en las calles, y la preparación de un paro nacional contra el gobierno y los partidos de esta democracia asesina, está más vigente que nunca.
En ese camino, la construcción de una gran herramienta política, de un gran Movimiento de los Trabajadores Socialistas, que pueda fusionarse con lo más avanzado de una clase trabajadora que empieza a resurgir, y de una juventud combativa que quiere orientar su rebeldía contra este sistema de explotación, es una tarea prioritaria para preparar los futuros triunfos.