Después de semanas de empantanamiento las actividades de la Constituyente marchan a “paso lento”, con la aprobación en grande del reglamento interno. El MAS hizo votar la declaración de “originaria” de la Asamblea sólo para encubrir sus mayores concesiones a la derecha: los “dos tercios” para los temas importantes de la nueva constitución, compromiso de respeto a la autonomía exigida por las oligarquías de la “media luna”, además de otros puntos que negocia con el MNR, Unidad Nacional y fuerzas menores.
La derecha, los prefectos y los “cívicos” aceptan por ahora que la asamblea funcione, pero poniendo estrechos condicionamientos, manteniendo un duro discurso y amenazando con romper, desconocer la futura Constitución y marchar hacia autonomías de hecho si el MAS pretende avanzar más de lo que consideren aceptable.
Así, pueden esperarse nuevos forcejeos y “cortocircuitos” en una Asamblea cada vez más deslucida y entrampada entre dos posibilidades: estallar si el MAS intenta introducir reformas que por tímidas que sean, la derecha rechace; o condenarse a la mayor intrascendencia en los marcos de un pacto con la derecha.
Es lo que a su manera reconoce el constituyente masista Raúl Prada al quejarse del “desplazamiento del conflicto del escenario de la asamblea a las regiones y las organizaciones sociales” y la “incertidumbre” que pesa “sobre el futuro inmediato de la Asamblea”.
Lo cierto es que la Constituyente no “refundará el país”, no resolverá los problemas nacionales ni responderá a las expectativas populares. Las tareas de la liberación nacional y social no figuran en su agenda ni se resolverán por vía constitucional; descansan por entero en manos de los obreros, los campesinos, los pueblos originarios, que sí aspiran una transformación radical del actual estado de cosas.