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Formación marxista 7

Democracia burguesa y democracia obrera

 

Se nos habla de la “democracia” -así, a secas, como el “sistema de gobierno menos malo”, y en todo caso “perfeccionable”. Se nos dice también que es la “única alternativa a la dictadura”. Nada de esto es cierto.



En la nota 6 explicamos que según la concepción marxista, el Estado, lejos de ser un órgano puesto por encima de la sociedad (supuesto “representante de todo el pueblo”), tiene una naturaleza de clase. Naturalmente, lo mismo ocurre con las formas de gobierno (o regímenes). Así, un Estado burgués sigue siendo tal bajo una dictadura militar o “en democracia” como muestra la historia de Bolivia, e incluso, puede estar encabezado por un rey (como Gran Bretaña y España, que son “monarquías constitucionales”).

Es cierto que en el diccionario “democracia” quiere decir “gobierno del pueblo”, pero en una sociedad dividida en clases, dominada por una minoría de explotadores capitalistas, no hay ninguna posibilidad de que gobierne la mayoría trabajadora. Por eso, esta “democracia” sólo puede existir como “gobierno de engaño al pueblo”. Más aún en los países oprimidos como Bolivia, donde hay una “democracia para ricos” cada vez más degradada y enfeudada al imperialismo.

En palabras de Lenin la democracia es "y no puede menos que serlo bajo el capitalismo- estrecha, amputada, falsa, hipócrita, trampa y engaño para los explotados", y es por ello, “la mejor envoltura para la dictadura del capital”.

En efecto, bajo sus mecanismos de engaño, se burlan sistemáticamente las aspiraciones democráticas de las masas y se disimula mejor la dominación de los explotadores, que bajo una dictadura abierta.

¿Es posible “recuperar” esta democracia?

El MAS y otras fuerzas políticas hablan de “democracia participativa” y de que “la democracia puede ser recuperada para el pueblo”. Esta es una mentira reformista que sólo ha llevado a tremendas frustraciones (como la de la UDP) o sangrientas derrotas (como en Chile en 1973).

Esta democracia está “diseñada hasta el último detalle” para garantizar la dominación política de la burguesía:

 Las libertades y la igualdad formal que proclama chocan a cada paso con las mil limitaciones y tretas reales que excluyen a los obreros y el pueblo pobre del ejercicio de esas libertades.

 Así, la libertad de expresión es una caricatura, pues todos los grandes medios de comunicación están en manos de empresarios privados que “fabrican opinión pública” al servicio de su propia clase.

 En las campañas electorales se permite una “amplia participación” (como ahora dicen con las asociaciones ciudadanas y pueblos indígenas) pero en realidad mil trabas recortan la participación de corrientes obreras y revolucionarias, mientras que los partidos burgueses cuentan con enormes medios financieros y de todo tipo para asegurarse “votos”.

 Los “mecanismos de representación” excluyen cuidadosamente toda participación directa de las masas en los asuntos de gobierno, impiden la fiscalización de los “representantes” y someten a éstos a las leyes y reglamentos del Estado burgués.

 La tan odiada corrupción no es más que un mecanismo organizado por las transnacionales y los capitalistas para que los “elegidos” electoralmente, así como los altos funcionarios de los ministerios, la justicia, etc., sean fieles a sus intereses.

 Hasta la constitución más democrática garantiza la sagrada propiedad privada y permite usar la represión y al ejercito contra las luchas.

 Y por si hiciera falta, el verdadero poder reside, en última instancia, en los bancos, las grandes empresas, etc., que además sabrán apelar a los cuarteles para que salgan en defensa de los poderosos si se ven amenazados.
Por todo ello, los marxistas somos revolucionarios: aunque defendemos las libertades democráticas y estamos por aprovechar todo resquicio legal para la organización sindical y política de las masas, no creemos que se pueda ejercer la voluntad obrera y popular a través de la democracia burguesa ni mucho menos llegar “evolutivamente” al socialismo.

La democracia obrera

Los trabajadores podemos construir un régimen muy superior a cualquier república burguesa: una república obrera y campesina que será mil veces más democrática, pues es la única en que efectivamente se podrá ejercer la voluntad de los trabajadores, mediante la democracia obrera.

En nuestras luchas y organizaciones los trabajadores ensayamos de hecho -y muchas veces sin darnos cuenta- el embrión de lo que puede ser un régimen distinto, basado en la democracia directa, tal como ejercemos muchas veces en las asambleas, donde no sólo se discute y vota ampliamente, sino que una vez decidido, todos llevamos adelante las resoluciones.

Experiencias históricas como los primeros años de la Revolución Rusa (con los Soviets o Consejos de delegados obreros y campesinos) muestran cómo puede hacerse realidad esto.

En nuestro país la Asamblea Popular de 1970 surge como embrión de este tipo de órganos de poder de las masas, aunque lamentablemente no alcanzó a desarrollarse por la política de sus direcciones, antes del golpe de Banzer.

En los momentos de ascenso revolucionario tienden a surgir organismos de la clase obrera (como fueron los soviets rusos, o en menor medida, la COB del 52 o la Asamblea Popular), que de ser expresión de la necesidad de las masas de autoorganizarse para la lucha, pasan a transformarse en "órganos para preparar la insurrección" (Trotsky), y constituirse en un poder enfrentado al poder burgués en crisis. Si la clase obrera así autoorganizada y encabezada por un partido revolucionario se impone mediante la insurrección, éstos serán los órganos de poder para reorganizar la economía y la sociedad.

En efecto, la sociedad puede ser gobernada por consejos obreros y campesinos de esta clase, formados por delegados electos y con mandato de todos los centros de trabajo, comunidades, organizaciones de las masas, etc., delegados que además, deben ser revocables y no ganarán más que un obrero especializado o una maestra.

Bancos, fábricas, agroindustrias y otros grandes medios de producción serán expropiados y funcionarán según un plan democráticamente decidido, en manos de los trabajadores.

Lo mismo ocurrirá con los grandes medios de prensa, radio y TV, y así, por primera vez, la voz de obreros y campesinos contará con amplios medios de expresión.

En lugar de un ejército y una policía permanentes, “perros de presa” de los explotadores, el armamento estará en manos de las masas a través de milicias obreras y campesinas.

Estas son las bases para una verdadera democracia obrera y de masas, con la libre actuación de las corrientes políticas obreras, campesinas y originarias que defiendan a la revolución. Habrá también amplias libertades culturales, científicas, etc.

Esta democracia de masas en todos los aspectos de la vida económica, social y política será también un instrumento para combatir la formación de una burocracia privilegiada como en la antigua Unión Soviética o en China (cuestión que desarrollaremos en futuras notas).

Sin embargo la democracia obrera no dejará de ejercer, por supuesto, la coerción contra las conspiraciones de la contrarrevolución interna o externa, y será por tanto una dictadura del proletariado, apoyada en la amplia mayoría del pueblo, sobre la minoría de antiguos explotadores y agentes del imperialismo.

En realidad, la democracia obrera será un régimen de transición, sentando las bases para la extinción del propio Estado obrero, con la construcción del socialismo a escala internacional y por tanto, la desaparición de las divisiones de clase.

Bibliografía:
Carlos Marx: Crítica al programa de Gotha.
Vladimir lenin: El Estado y la Revolución.

Próxima nota: ¿Reforma o revolución?



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